Este libro cuenta la historia de una reportera en medio de la guerra de Vietnam. Pero no es una historia que se narre siguiendo una forma convencional, mas bien es un diario de guerra donde se tienen unos pocos personajes principales, y lo que se hace es narrar los encuentros de la escritora con diferentes personajes a lo largo de su trabajo en el campo de guerra.

El libro muestra algo que todos conocemos pero que tratamos de ocultar, la naturaleza del hombre como animal, como un ser que vive para destruirse usando a otros para lograr su cometido. Pelea usando cualquier excusa como la religióm, la política o la más mínima diferencia, y aún así está siempre dispuesto a juzgar a sus semejantes.

Este libro se convierte en un texto que nos abre los ojos a la realidad, de una manera brusca, y aunque se trata de un conflicto pasado, ahí se muestra que hay cosas que nunca van a cambiar.

 

En esta página se encontraran extractos secados de ahí, frases, pensamientos y demás, además de una pequeña biografía de la escritora, aunque hay que decir que esta información está un poco desactualizada y debe ser sometida a una actualización pronto. Solo espero que sea de su agrado, aunque debo agregar que algunas de las frases pueden llegar a ser muy fuertes, y algo ofensivas para lectores de poco criterio. en otros casos diría que publico esto sin compartir el pensamiento del autor, pero para este libro digo que lo comparto al 100%, y que es el libro más importante que ha llegado a mi vida.

 

FRASES, TEXTOS Y DEMÁS

 

Por qué te quedas a cubrir esta Guerra, Por qué no ta vas a casa?

Casi nadie me ha dado la única respuesta que me parece válida: estoy aquí para comprender a los hombres, lo que piensa y busca un hombre que mata a otro hombre y a su vez que lo matan,. Estoy aquí para demostrar algo en lo que creo: que la guerra es inútil y estúpida, la más bestial prueba de la idiotez da la raza terrestre. Estoy aquí para esplicar cuán hipócrita es el mundo cuando se exhalta porque un cirujano sustituye un corazón por otro; y luego acepta que millares de criaturas jóvenes, con el corazón en su sitio, mueran por la bandera como terneras en el matadero. Desde que estoy en el mundo me abruman con la bandera y la patria, y en nombre de estas sublimes tonterías me imponen el culto de matar y de que me maten y nadie me ha dicho todavía porque matar por robo es pecado, y matar porque se lleva un uniforme es glorioso.


"When I shall Die I shall go to Paradise because in this Earth I have lived in the Hell"

Se aplicó a Vietnam en el 69, creo que ahora se aplica a cualquier habitante del mundo.....


La muerte, sabe usted?, tiene un valor relativo. Cuando es poca importa. Cuando es mucha, en absoluto. Si un niño muere atropellado por un automóvil en Roma o en París, todos lloran la desgracia. Si mueren cien niños aquí, todos juntos, a causa de una bomba o una mina, sólo sientes un poco de piedad. ¿Qué importa uno más o uno menos? lo mira uno como miraba los cadáveres de los judíos en Alemania. Cuando me llega al hospital uno muy enfermo, ni siquiera intento salvarlo. Le doy un poco de morfina y lo dejo morir.

 

Palabras de un médico Vietnamita en plena guerra. Solo hago un comentario, si no crees que es verdad lo de los niños te pregunto, viste cuanta bulla hubo en el mundo por la muerte de la famosa lady Di, bueno, ¿cuántos niños o personas inocentes crees que murieron hoy en medio de algún hecho violento?


-Hay que decirles algo más. Hay que decirles por qué deben hacerse matar. No hay diferencia entre las dos cosas.

-La hay. La piedad, por ejemplo.

-Piedad es una palabra que no tiene sentido en la guerra. Tú tienes un fusil y él tiene otro. Tú tiras y él tira también. El que ha sido más rápido, hiere. Y cuando él te mata es como si tú le hubieses matado a él.

-Y, sin embargo, hay a quien le gusta hacer la guerra.

-Si, es verdad. Aunque la rechaces, aun cuandola condenes, la guerra acaba siempre apasionándote. Es inevitable. Mira, la guerra es como el boxeo. Y el boxeo es un juego brutal, abominable: La bestia humana pegándose a sí misma. Pero cuando estás delante del ring vas apasionándote un poco más.Te sorprende participar, incitar. Hay una prodigiosa fascinación en el boxeo.

-Cuál?

-El hombre en su máxima expresión. Un cuarto de hora o un minuto para que se produzca ese máximo. En el valor y en el miedo. En la inteligencia y en el dolor. hasta en la vergüenza de la derrota o en la alegría de la victoria. La guerra es lo mismo. hay una fascinación prodigiosa en la guerra. Aún cuando la odies, acabas siendo atraído e incluso seducido por ella.

 

Extracto de un dialogo entre la reportera y el jefe de la sede noticiosa de la france press en Vietnam en la época del conflicto.


Por lo demás, no hay civilización, ni una sola, capaz de suprimir la guerra. Fijate en la última: la famosa, la maravillosa civilización cristiana basada en el amor. Ha producido más guerras que todas las otras juntas. En nombre de Cristo los sacerdotes bendicen las banderas y a las tropas antes de que empiece la batalla. Y cuando se fusila a un hombre estám allí, contemplando el ceremonial. No he visto jamás a un sacerdote que intentara impedir un fusilamiento, una batalla.

-Llegará un día en que no existirán las guerra.

-¡Tonterías! Tampoco el marxismo ha suprimido la guerra. Es más, se sirve de ella como el cristianismo. No existe un principio, una filosofía para suprimir la guerra. Para rechazarla están los hippies, que los verás luego vestidos de uniforme. No te hagas ilusiones; La guerra existirá siempre.

 

Extracto de un dialogo entre la reportera y el jefe de la sede noticiosa de la france press en Vietnam en la época del conflicto.


...He oido hablar de ese dios de la barba rubia que se llama Jesucristo. El que tiene alas y vuela sobre las nubes. Creo que murió de un modo cruel; Como un vietcong. Pero él, cuando la gente es mala, hace que muera y la manda al infierno y la mete en calderas de aceite hirviendo. El sacerdote lo decía. Y si la gente es buena, añadía, la manda al paraíso, donde se baila y se canta. No creo en eso. Sé que no hay nada cuando uno se muere, que todas las lágrimas se agotan aquí en la tierra. Esperar en el después o tenerle miedo es cosa de niños.

 

Palabras de un prisionero del vietcong acusado de terrorismo.


"La luna es un sueño para quien no tiene sueños"

Dedicado especialmente a mi gran amiga Dunia.


Has de saber que es muy difícil decir cuándo nace una sospecha o un amor o una mudanza. Te cae de pronto encima una enfermedad, y te das cuenta de que estás enfermos sólo en el momento en que los síntomas se hacen evidentes: por ejemplo, con un vahído.


Yo llamaba héroes a los astronautas. pero, ¿qué heroísmo implica desembarcar en la Luna con un margen de seguridad del 99,99%, con una astronave examinada hasta el último tornillo, seguida sin descanso por millares de técnicos, científicos, instrumentos infalibles dispuestos a acudir en tu ayuda? Y lo mismo si va mal, si se muere en la Luna; ¿qué heroísmo significa morir a los ojos del mundo, mientras todo el mundo te admira, te exhalta y llora por tí? No, el heroísmo, ahora lo comprendo, no es, amigos astronautas, el vuestro. es el del vietcong que va a matar y a hacerse matar, descalzo, en nombre de un sueño. Es el del soldado que muere solo como un perro en un bosque, cuando va al asalto de una colina que no le importa nada. Es el de una muchacha o de un bonzo que se entregan a las llamas arriésgandose a srer ridiculizados con un extirntor.

 

Comparto solo parte de esta opinión dada por la autora, no soy simpatizante de los grupos violentos que dicen luchar por una causa, más viviendo en un país como aquel en qle que me toca vivir, pienso que el comunismo no fue ni será una solución, que como toda política apesta. Pero si valoro la valentía de aquellos que mueren entregandolo todo, mueren solos, en un mundo que no sabe de ellos, nunca los conocerá, y para el cual su sacrificio nunca valdrá nada; esa es la base de nuestra sociedad moderna, y por eso quiero hacer un homenaje a esas personas, nada grande, solo dedicarle este espacio a ellos, para que de alguna manera, haya en el mundo alguien que sinceramente pueda decir que admira la valentía anónima de alguien totalmente ajeno aél.


A veces no quisiera ser periodista, me gustaría ser abogado. 'Sabes?, siempre deseé ser abogado. Para encontrarles a todos una disculpa y descubrir los porqués.


Crece plácidamente en el rumor ajeno,

piensa que la paz sólo existe en tu silencio.

Nunca te rindas, pero ve de acuerdo con todos,

tu verdad de manera quieta y tranquila muestra.

Coo corazón y mente libre, escucha

el parecer ajeno, aunque los otros sean

mucho más ignorantes y estúpidos que tú.


En Cholon hace una semana, los coreanos detuvieron a un niño vietnamita que se había infiltrado en su campamento para robar comida. Lo detuvieron y emplearon 24 horas en matarlo. ¿Sabes cómo? Empalándolo. He escrito esto, empalándolo. Y tenía ocho años.

¡Dios mío! ¿Por qué los hombres hacen estas cosas? Hombres con dos brazos, dos piernas y un corazón. Hombres considerados normales, mentalmente sanos.En tiempos de paz sucede una cosa semejante y la gente grita horrorizada: intervienen tribunales, sacerdotes, psiquiatras. Sucede esto en tiempos de guerra y nadie hace caso, nadie invoca tribunales, sacerdotes ni psiquiatras. Nadie pronuncia la palabra locos, asesinos. Y los hombres van a la Luna, y los hombres curan el cáncer, y los hombres se sienten orgullosos de ser hombres y no árboles o peces. Hay momentos en los cuales me gustaría hebr nacido árbol o pez.

 

La frase se refiere a un hecho acontecido en dicha guerra, pero, como se dijo anteriormente, desafortunadamente hechos así se repiten a diario en el mundo.


"No es fácil llorar cuando se conoce la guerra, más bien es un gran lujo. Pero yo me permito este lujo: hay en este planeta tres mil millones de hombres, y lloro por cada uno de ellos" ¿Por cada uno de ellos? no estoy de acuerdo con él, hay que elegir los hombres por quienes llorar: tres mil millones son demasiados.


-Derek, ¿por qué viniste al Vietnam?

-Por ningún motivo noble, puedes creerme. Después de la guerra de Israel , volví a París. Y en París me aburría, eso es todo.

-¿Quieres decir quwe arriesgar la vida te hace sentirte más vivo?

-En sustancia, sí. Me gusta el peligro. Cuanto más miedo me da, más me gusta. ¿Noos ocurre lo mismo a todos vosotros?

-En el fondo, sí, Pero es desagradable.

-¿Desagradable?

-Triste. Lo he pensado mucho, Derek, y he decidido que es triste. Quiero decir que un hombre que arriesga la vida por algo en lo que cree, por ejemplo, un vietcong o un marine, es un hombre admirable. Pero un hombre o una mujer que arriesgan la vida para no aburrirse, no merecen ninguna simpatía.

-¿Por qué?

-Porque evidentemente son un hombre y una mujer con muy poco dentro. O menos de cuanto se imaginan.

-Acaso, querida, son soloay simplemente un hombre y una mujer.

-Seguramente hay que ser de otra manera, Derek, para combatri la infelicidad.

-Depende de la dosis de infelicidad. Si es demasiada ya bo hay deseo alguno de combatirla. Sólo de olvidarla por un instante, con un estremecimiento. ¿Quién ha dicho esta terrible sentencia: a veces quien lo ha perdido todo ha de perderse también a sí mismo?

-No lo recuerdo. Me parece haberla leído, imagínate, a propósito de locos.

Río de un modo extraño más bien doloroso.

-Querida, ¿acaso nosotros no estamos también un poco locos? ¿Por el sencillo hecho de esperar el alba sentados en una acera de Saigón?

 

Dialogo entre la escritora y uno de sus compañeros una noche frente a las oficionas de la FP.


-Usted que vive en el resto del mundo, Madame, dígame: la gente en el resto del mundo, ¿piensa en esto?

-No lo creo, padre.

-¿No se dan cuenta?

-No, no se dan cuenta.

-Ya. Cuando somos felices parece imposible que otros puedan ser desgraciados: Del mismo modo cuando somos desgraciados nos parece imposible que otros puedan ser felices. Si calculo que en este momento, en París... ¿Qué hora es en París?

-Las nueve de la mañana, padre... Aquí son las cinco de la tarde.

-Las nueve... Y los niños van al colegio y los empleados a su oficina, y las calles están llenas de autobuses, de automóviles intactos. Y en una iglesia elegante se est\'e1n celebrando los funerales por un señor que ha muerto apaciblemente a los noventa años. ¿Es posible esto?

-Sí, padre.

-Y en un hospital bien instalado un cirujano está salvando la vida a una persona muy enferma que pasará el resto de sus días en cama. Médicos y enfermeras están a su lado, y aparatos complicadísimos, y cerebro electrónicos. Todo por una sola persona... ¿Es posible esto?

-Sí, padre.

-Se ha caído un trozo de estuco del techo de la Opera y brigadas de técnicos, de obreros y arquitectos lo examinan preocupados. Se cita el mejor restaurador de Francia... ¿Es posible esto?

-Sí.

-Pero ¿qué sentido tiene salvar un trozo de estuco, o a una persona que pasará el resto de sus días en el lecho, cuando se deja destruir toda una ciudad, y asesinar a toda una generación? ¡Los hombres están locos,Madame! ¡Locos!

Llegamos a un arriate redondo en torno al cual estaban dispuestos veinte cadáveres en pijama. ¿Víctimas de los vietcong? ¿De los norteamericanos? ¿De los sudvietnamitas? Lo único cierto es que los despertaron de su sueño y que ningún médico, ninguna enfermera, ningún cerebro electrónico se preocupó de ellos.

 

Dialogo entre la reportera y un sacerdote francés en un campo tras haber terminado una batalla en éste.


-Teniente, ¿está diciéndome que por fin se ha dado cuenta de que la esencia de la guerra es estúpida, ilógica, injusta?

-Digamos ridícula. Pero no más de cuanto lo es el hombre. Pensándolo bien, el hombre es un animal bastante ridículo. A pesar de su inteligencia, sigue resolviéndolo todo con la violencia. Va a la Luna y luego combate en el Vietnam. Pero...

-Pero...

-Pero siempre ha sucedido así. ¿Acaso el Renacimiento no fue una época violenta? ¿Y el Imperio romano? ¿Y la Edad de Oro de los griegos? Mao Tsc Tung me hace sonreír cuando afirma: "La guerra puede ser abolida sólo con la guerra, quien no quiere el fusil debe tomar el fusil". Porque lo afirma con aire de haber descubierto algo. Hace miles de años que el hombre repite esa frase y, con la excusa de abolir la guerra, ensangrenta los más grandes momentos de su civilización.

-No es un buen motivo para seguir haciéndolo.

-Técricamente tiene razón, prácticamente dice una gran tontería. Apuesto que coito cuando se ilusiona cliciendo que describir la muerte en la guerra ayuda a abolir la guerra. Al contrario, Cuanta más muerte se ve en la guerra, más lanzado se siente uno a hacer la guerra: es un misterio del alma humana. Si no es un misterio, explíqueme por qué en los países en los cuales a los ladrones se les corta la mano hay más ladrones que en ningún otro sitio. Y también esto ha sucedido siempre: el hombre no cambia.

-También lo dije yo ayer, cuando me acordé de las Cuevas Ardeatinas, de Dachau y Mathausen: el hombre bestia. Pero quisiera que no fuese verdad y acaso no es verdad.

-No es verdad en la medida en que el hombre se hace más inteligente.

-Pero hacerse más inteligente no significa ser mejor, porque la inteligencia no excluye la crueldad, es más, se nutre de ella. Inteligencia y crueldad se igualan como el polo positivo y el polo negativo en electricidad: cuanto más crece una, más crece la otra. Y así, por una parte, produce cosas espléndidas, pero, por otra parte las destruye. Y cuanto más espléndidas son, más las destruye.

 

Este dialogo expone el punto de viste de un militar acerca de algo que siempre estará presente en el hombre, como parte de su naturaleza.


El mismo miedo, ¿sabes?, que se experimenta al principio de un amor, cuando la intuición nos anuncia los sufrimientos que va a costarnos, y la prudencia nos induce a dar vueltas en torno sin acercarnos demasiado, pero son unas vueltas en espiral, cada vez más cerca, cada vez más cerca, y sabes perfectamente que acabarás cayendo dentro, pagando cada instante de alegría con mil dolores.


"Un hermano es un hombre que está a mi lado cuando estoy triste y cuando soy feliz. Un hermanos es un hombre que piensa como yo."


-Es horrible, Francois.

-Es la vida. A veces crees que dos ojos te miran y, en cambio, ni siquiera te ven. A veces crees haber encontrado algo que buscabas y, en cambio, no has encontrado a nadie. Y si no sucede es un milagro. Pero los milagros no duran nunca.


-¿No sabes que las guerras se han hecho para divertir a los generales?

-Ya- dijo Felix.

-Tenemos el juego de ajedrez, el juego de fútbol y el juego de la guerra -insitió Francois-. Este último consiste en tomar un centenar de millares de soldados, que no son soldaditos de plomo, sino jóvenes de carne y hueso, y regalarlos a los generales, que hacen juguetes con ellos. Y según lo que el general decida, el soldadito de plomo se rompe o regresa a casa de sus padres en Nueva York o en Hanoi. La técnica del juego se llama estratégia y muy a menudo no depende de la inteligencia, depende de la mala digestión del general que hace los juguetes, Piensa en la Primera Guerra mundial, en Verdun. hay matarife vestido de general que una noche no duerme y en el insomnio decide atacar al día siguiente. Y al día siguiente enciende un gran fuego y arroja en él a los soldaditos de plomo y los funde todos.

 

Esto no solo se aplica a la lectura, la sociedad actual es así, unos pocos quieren manejar a todos, y si no te dejas manejar eres tildado de loco, pero esta idea será mejor expuesta más adelante.


REQUÍEM AETERNAM

Padre nuestro que estás en los cielos,

danos hoy la matanza nuestra de cada día,

libranos de la piedad, del amor, de la confianza en el hombre,

de las enseñanzas que nos dió tu hijo.

Porque no ha servido para nada,

porque no sirve para nada.

Para nada, y así sea.

 

Oración que me parece apropiada para la actualidad que vivimos, más en países en guerra como Colombia, donde ya no se cree en nada, porque algunos nos preguntamos ¿de qué vale creer, si ya no tenemos derecho a decidir sobre nuestras vidas?, ¿De qué vale vivir si nuestras vidas parecen pertenecerles a aquel que aún no aprieta el gatillo en contra de nosotros?, ¿a aquel que no nos priva de la libertad?, a muchos, menos a mi mismo...


Nous souhaitons la verité et nous na trouvous en nous qu'incertitude. (Buscamos la verdad y sólo encontramos en nosotros incertidumbre).

Pascal.


"Pensamientos" de Pascal, que obstinadamente seguían encontrando siempre una expliocación, y no era la última aquella de que cualquier cosa es verdad sólo en parte, y lo justo y lo injusto se mezclan, y aquellos a quienes respetas pueden desilucionarte y los que desprecias pueden conmoverte.


Pero no podrás decirmelo porque la verdad es una opinión condicionada por el tiempo, el lugar y los intereses, y esforzarse a cazarla a lazo es más absurdo que agarrar el viento. ¿No es Pascal quien dice: "¿Qué es el hombre en la naturaleza? Nada en comparación con el infinito, todo en comparación con la nada, un centro en mitad del todo y de la nada: completamente incapaz de comprender los extremos. El fin de las cosas y su principio están ocultos para él en un secreto inpenetrable: no consigue ver la nada de la cual ha sido extraído ni el infinito hacia el cual es absorbido". Acaso es todo junto.

Cualquiera que sea el motivo, observa que el período final lo vives en un equilibrio desconocido antes. Y tal equilibrio no disminuye la pasión con que participabas en las cosas, pero le dabas mayor peso con un nuevo dolor: La sospecha de asistir a una tarea inútil.


How many roads must a man walk down before you call him a man.... (Cuántas calles debe cruzar un hombre antes de que tú puedas llamarlo hombre)

Bob Dylan.


Porque la guerra es mala, no el hombre.En la guerra incluso el hombre más tímido, más bondadoso, se vuelve malo. Y acaso aquel día fui verdaderamente malo, pero a quién mate ¿era quizás mejor que yo? Responda, se lo ruego ¿cree que el era mejor que yo?

Reflexión de un soldado.


"Les hommes sont si nécessairement lous que ce serait être fou par un autre tour de folie, de n'être pas fou.

("Los hombres están tan necesariamente locos que sería menester estar loco de otra locura para no estar loco.")

"Le nez de Cléopâtre. S'il eût été plus court toute la face de la terre aurait changé.

("La nariz de Cleopatra. Sí hubiera sido más corta, toda la faz de la tierra habría cambiado.")

"Pourquoi me tuez-vous? Eb quoi! Ne demeurez,vous pas de l'autre côté de I'eau? Mon ami, si vous demeuriez de ce coté, ja serais un assasin, et cela serait injuste de vous tuer de la sorte; mais, puisque vous demeurez de l'autre côté, je suis un brave et cela est juste."

("¿Por qué me matáis? ¿Cómo? ¿No vivís al otro lado del río? Amigo mío, si tú vivieras en este lado, si te matara sería un asesino porque al matarte cometería un hecho injusto- Pero como vives al otro lado, si te mato soy un valiente y cumplo un hecho justo")

Tres frases más de Pascal.


Historia de una Bala

 

--Graciosa, ¿verdad? Yo diría que elegante. Es una bala del M dieciseis. Una, una sola, hasta para matar a un hombre, sin necesidad de disparar una ráfaga. Porque ésta viaja a una velocidad muy semejante a la del sonido, y mientras viaja se halla siempre en el límite del equilibrio, y cuando llega no se detiene dentro de la carne como una buena bala, no, y tampoco atraviesa un brazo o una pierna, no, gira y se tuerce y arranca y corta y en pocos minutos te vacía de toda tu sangre. ¿Sabes por qué entre los vietcong hay tan pocos heridos? Porque los vietcong son heridos por lo general por M dieciseis y por eso ninguno resulta herido: mueren siempre. Tomaa, llévatela a Nueva York como recuerdo. Y cuando la mires piensa que fue estudiada durante mucho tiempo, porque no lograban encontrar la pólvora justa, pero acabaron encontrándola: es la pólvora Dupont, porque la Dupont no deja residuos dentro del fusil.

Tomé la bala y la examiné. Estaba bien hecha. ¿Quién la habría inventado? La inventó un hombre. Un día ese hombre con toda su paciencia y su sabiduría, su fantasía, su tecnología, calculó forma, peso, pólvora, velocidad, trayectoria, momento de impacto, y luego de tales cálculos hizo un dibujo, y escribió un proyecto, y ofreció el proyecto a un industrial. Y el industrial lo examinó con interés y llamó a sus técnicos, y les dijo que realizaran la bala a modo de prueba, pero en el mayor secreto para que otro industrial no le robara la idea. Y ellos lo hicieron. Luego todos contentos le llevaron la bala al industrial, que la guardó como si fuese una esmeralda o un zafiro y dijo: "Ahora veamos si funciona." Se hizo el examen y se disparó la bala. ¿Sobre qué? ¿Sobre qué cosa? ¿Sobre un perro, un gato, un trozo de plancha de hierro? No, sobre un hombre. Yo habría elegido un hombre: el inventor, por ejemplo, o el mismo industrial, o los dos. En cambio, tanto el inventor como el industrial resultaron indemnes, y el industrial reunió en torno a una mesa de caoba a su consejo de administración y le mostró la bala, y propuso patentarla y producir millones de millones de balas para el ejército que las utilizaría en el Vietnam. Y el consejo de administración aprobó. De manera que ahí tienes esa fábrica llena de operarios que construyen balas, los buenos operarios del proletariado defendido por Marx y protegidos por los sindicatos, los buenos operarios que nunca tienen culpa, la culpa es de los industriales y de nadie más, los pobrecillos operarios no hacen sino cumplir órdenes, porque tienen que ganar dinero para mantener a la familia, comprarse el coche a plazos, ¿verdad? ¿Acaso tienen tiempo y manera para plantearse problemas morales? Y construyen balas. Laboriosos, atentos, cuidando de separar las balas defectuosas, porque si la bala tiene defectos no arranca, no corta, no vacea del todo la sangre del hombrecillo amarillo, que sí la agarra a los veinte años. O el hombrecillo blanco, o el hombre negro, Porque estas balas también las tienen los demás, y se hacen asimismo en Moscú y Pekín, donde no manda hacerlas un industrial, sino el Estado, que viene a ser lo mismo, y también los obreros son precisamente lo mismo, acaso todavía más diligentes, acaso más obedientes, y un día visitaré una fábrica de balas, en Chicago o en Kiev o en Shatgai. Y quiero mirarlos a la cara a todos: obreros, directores, industriales. Y por último quiero mirar a la cara al inventor, porque él es el más guapo, el más importante: su padre inventó la guillotina y su abuelo el garrote. Su padre fue un buen hombre, y su abuelo era un buen hombre y estoy segura de que también él es un buen hombre: un buen ciudadano, un marido fiel y un padre afectuoso. Y si vive en Chicago o en Nueva York o en Los Angeles ser é1 también un cristiano muy devoto. Y si es católico, los domingos por la mañana irá a misa y los viernes comerá pescado, Y si está inscrito en la Sociedad Protectora de Animales escribirá cartas para protestar contra los estragos cometidos con las focas en Bergen y Halifax. Ilustre señor alcalde: con profundo horror he leído las matanzas que durante cada estación se cometen en su ciudad, donde pequeñas focas inermes, focas recién nacidas, son sometidas al atroz suplicio de la desolladura cuando todavía están vivas ante los ojos aterrorizados de las madres, a las cuales se ciega y se usan para jugar a la pelota ... Y su mujer dirá que nunca se pondrá un abrigo de piel de foca. También quiero conocerla a ella. Porque deseo regalarle un collar hecho con las balas inventadas por su marido, y decirle que lo lleve con el de foca,que es un conjunto armónico.

-No pienses más, tranquilízate -dijo Francois quitándome la bala de la mano.

-¿No crees que él se rebele ante el estrago de las focas? Sonrió con amargura.

-La semana pasada conoc\'ed a un chino de Hong Kong. Muy bondadoso, muy amable. Mirando las balas del M dieciseis ,casi lloraba. Me invitó a comer en un restaurante de Hong Kong, conocido por su especialidad. Adivina la especialidad. -Sesos de mono. Y sabes cómo? Crudos. Me contó que se agarra al mono y se le ata. Luego se lleva a la mesa del cliente, que comienza a pincharlo con un cuchillo o a quemarlo por t odas partes con el cigarrillo. En los ojos, por ejemplo. El mono se enfurece. Monkey very mad, very mad! Y cuando se enfurece la sangre acude a su cerebro. Entonces se agarra al mono y, zas, se le abre el cráneo por la mitad. Y se comen los sesos llenos de sangre. Muy bueno. Very good, very good.

Hay un cielo gris en Saigón. El viento del mar de la China lanza las nubes hacía Dak To. Se acerca la estación de los monzones, esa en la cual serán mayores las matanzas de focas y monos. Mono muy furioso, sesos muy buenos. Publicando la fotografía de una foca de ojos de niño, el diario ilustrado explica que la crueldacl para con los animales y hacia los propios semejantes tiene las mismas raíces. Informa luego que con el sistema de despellejamiento en vivo se matan cada año unas 180.000 pequeñas focas y otras tantas focas adultas. Si esta destrucción continúa a este ritmo, en 1972 o todo lo más en 1975 no sobrevivirá una sola foca. Exacto. Esta matanza debe terminar. ¿Y la de los hombres? Hay quien dice que la guerra del Vietnam ha costado ya medio millón de muertos. Y hay quien dice que casi ochocientos mil.

¿Y si solicitásemos de la Sociedad Protectora de Animales que se protegiera también a un animal llamado hombre?

 

¿No cree usted que ese animal aún ahora, 30 años después, debe ser protegido? Y con mayor motivo en nuestra actualidad.


¿Recuerdas lo que dice Pascal sobre la guerra?

Lo recordaba: "Cuando se trata de juzgar si se debe o no hacer la guerra, matar a tantos hombre, enviar a la muerte a tantos españoles, hay un solo hombre que puede juzgar, y aún así está interesado. Ese hombre es un tercer hombre indiferente."


La piqûre

 

-La piqûre, la inyección. Es un antiguo fármaco inventado por los que están en el poder y usado ahora por los estadounidenses. Muy eficaz. Funciona siempre, funciona en todas partes. En Europa, en Asia, aquí...

-¿Has dicho fármaco?

-Sí. Y un centímetro cúbico, un milímetro cúbico basta para inmunizarte toda la vida.

-¿fInmunizarte de qué?

-De la revolución, de la desobediencia, incluso del descontento, del coraje. ¿De qué quieres que te inmunice?

-¿Y quién lo administra?

-La embajada norteamericana, la CIA, los sindicatos, los gobiernos, la Iglesia. Depende.

-¿A escondidas o legalmente?

-Legalmente, por beneficencia. Todos los medios son buenos.

-¿Cómo has dicho que se llama?

-Piqûre. Pinchazo, inyección.

-¿Nada más?

-Nada más. En el pasado no sé, hoy se llama así.

-Pero qué es, Francois?

-Es un producto muy complejo y al mismo tiempo muy simple. Porque está compuesto de muchas sustancias y de ninguna: felicidad, salud, democracia, sindicatos, sexo, televisión, kleenex, jazz, dentífrico anticaries, flores de plástico, Holiday Inn moteles, la Luna. Sí, también la Luna. Nos desembarcarán y harán que olvidemos a todos los Moisés, a todos los Nguyen Van Sam.

-Por tanto, hace daño, envenena.

-¡Oh, no! Al contrario. Cuando has recibido un pinchazo semejante te sientes muy bien. Paralizada y feliz. Por lo demás, el sueño de los países comunistas no es acaso el de suministrar el mismo pinchazo, la misma droga? En el fondo, el marxismo ¿no quiere llegar acaso a las mismas conquistas?

-Pero la droga hace daño. ¿Estás seguro de que la inyección no duele?

-Segurísimo. Los norteamericanos no quieren hacer sufrir a nadie, sus intenciones son siempre honestas. ¿Recuerdas a los dos turistas que quisieron desclavar a Cristo de la cruz y comenzaron quitándole los clavos de las manos?

-Sí, y Cristo cayó de cabeza. Lo recordé cuando vi lo que hacían con los montañeses.

-Yo lo recuerdo adonde vaya. Y siempre desearía gritar: ¡Laissez-le tranquille (¡Dejadlo en paz!) Pero no lo consiguen, no son capaces.

-Bueno, entonces me parece que esta inyección tiene algún efecto negativo.

-Uno. Uno solo.

-¿Cuál?

-Impide pensar. Y, por tanto, rebelarse, batirse. Que es, además, la misma cosa.

 

Tras leer esto piense un momento, ya fue vacunado usted, si cree que no medite bien su respuesta, si aún así piensa que no preguntese, quiere ser vacunado, o prefiere vivir por usted mismo, recuerde todo en su vida esta diseñado para vacunarlo, la t.v, las carreras de autos, el fútbol, la telenovelas, las revistas, noticieros, en fin todo, sólo usted puede saber que digerir y que no.


Ciudad de México, Miércoles 2 de Octubre de 1968

 

He escuchado sobrte muchas masacres, es el pan de cada día. Enciendo el televisor y casi siempre en los noticierosmencionan una, mencionan violación a los derechos humanos, secuestros, hombres que son asesinados cruelmente. Y cada vez es más y más...

En el libro se narra una matanza como esas, una perpetrada por el mismo gobierno, y que el tiempo está olvidando, y eso no me parece justo, porque no es justo olvidar algo que causó tanto dolor, no es justo olvidar una injusticia como esa. Tal vez se me crtitique por publicar algo ajeno al país donde vivo, bueno, no publico nada al respecto porque no tengo aún un testimonio de algo aca, pero si llegara a tenerlo, tal vez lo haga; por ahora solo quiero poner esto en mi página como una forma de decir ue no se debe olvidar, que hay cosas que por mucho que se quieran ocultar siempre estarán en un rincón oscuro esperando salir a la luz, como una forma de acompañar a aquellos que aún estan vivos y recuerdan lo sucedido con mucho dolor, y por último, dedicado especialmente para aquellos inocentes que murieron ahí, cuando nnca debieron hacerlo.

Aquí va, pues, la narración que hace en el libro la escritora acerca de lo ocurrido ese día....

 

Mira, si durante aquel verano me hubieses preguntado a qué estaba acercando mi alma, te hubiese responclido: a la nada de la nada. El retorno a la "paz" me había desilusionado de tal modo que ya no creía en nada: ni siquiera me salvaba la duda. Creer en los seres humanos, pelear por ellos, ¿para qué? Vanagloriarse de haber nacido entre ellos, más que entre los animales, los peces o las hienas, ¿para qué? Y no me digas que el juicio de un periodista está deformado por acontecimientos excepcionales, que no se basa nunca en la normalidad diaria. El destino del mundo ¿depende, en efecto, de la normalidad cotidiana o de los acontecimientos excepcionales de los que se ocupa un periodista? ¿La historia la hacen los buenos que pasan inadvertidas o los malos que se distinguen por sus crímenes legalizados por las banderas? ¿La hacen los bulldozer que construyen las carreteras o los carros de combate que las destruyen? Y o sostengo que la hacen los carros de combate, porque no he sabido nunca que un hombre bueno hubiese cambiado la faz de la tierra. ¿Acaso la cambió Cristo? ¿Acaso la cambió Buda? ¿Sostienes que sí? Entonces explícame el Vietnam, Biafra, el Oriente Medio, Checoslovaquia, Shiran Shiran, los burgueses que protestan. Explícamelo, convénceme, y me vanagloriaré de haber nacido entre los hombres en lugar de entre los árboles, los peces o las hienas. Pero después sucede algo. Después viene el otoño con las Olimpíadas en la ciudad de México, y llegas a aquella matanza, una matanza peor que cualquier matanza que hubiese visto en la guerra. Porque la guerra es una cosa en la que la gente armada dispara contra gente armada; pensándolo bien, la guerra tiene un fondo de corrección: tú me matas y yo te mato; en cambio, en una matanza se mata y nada más, y más de trescientos, y hay quien dice que mataron quinientos aquella noche. Chiquillos, mujeres embarazadas, niños: la matanza de Herodes Herodes que renace sie mpre para eliminar a jesús antes de que se haga hombre. Y dentro de mí hubo tal convulsión que mi alma se ordenó. Y hallé la buena respuesta para Elisabetta. La encontré y la pagué con las tres cicatrices que ahora llevo encima. Replicarás. ¿qué significan tres cicatrices? Muy poco, estoy de acuerdo, poquísimo, y asiento si se añade que forman parte de mi oficio: cuando vas adonde hay tiros, lo menos que puede sucederte es que antes o después te disparen. Pero mira, si no tuviera estas cicatrices me sentiría infinitamente más pobre. Porque seguiría preguntándome para qué sirve nacer y para qué sirve morir, y la muerte de todos los hombres a quienes he visto morir por mano de los hombres me parecerá infántil, y permanecería como una lagartija al sol, indiferente, inmóvil, atenta sólo a bostezar en mi letargia. Estaba así antes de asistir a la matanza de Herodes, antes de mi convulsión. De manera que déjame contar lo que ocurrió aquel miércoles 2 de octubre de 1968 y la respuesta que logré de todo ello.

Era en la que llaman Plaza de las Tres Culturas porque reúne simbólicamente las tres culturas de México: la azteca con las ruinas de una pirámide azteca, la española con una iglesia del siglo xvi y la moderna con los modernos rascacielos. Una inmensa plaza, ya sabes, con muchas calles, la eligieron como punto de reunión contra Herodes. Los estucliantes, los obreros, los maestros de escuela, en suma cualquiera que tuviera el valor de protestar contra Herodes, que en México se llama Partido Revolucionario Institucional y dice ser socialista, pero no se comprende qué clase de socialismo desde el punto y hora que los pobres en México figuran entre los pobres más pobres del mundo. En el campo ganan ochocientas liras a la semana y si protestan la policía los hace callar a tiros. Los estudiantes también protestaban por eso. Y, además, porque no querían que los soldados ocupasen su universidad vivaqueando,en sus aulas y rompiendo su instrumental. Y además porque no querían las Olimpíadas en México. Decían que las malditas Olimpíadas cuestan millones de millones y que es una vergüenza gastarlos en las Olimpídadas cuando el pueblo se muere de hambre. Has de saber que los estudiantes en México son como los estudiantes italianos, franceses, ingleses, norteamericanos, No tienen el fuera de serie, ni camisas de encaje; sobre todo en el Politécnico son hijos de campesinos, de obreros, y acaso obreros a su vez. Pero volvamos a la plaza. Era rectangular. Por una parte, este rectángulo estaba limitado por un paso elevado; en la otra terminaba en una escalinata cuyos peldaños ascendían hacia un gran edificio llamado Chihuahua. Por tanto, el Chihuahua lo dominaba todo y desde él se veía la iglesia española con las ruinas aztecas a la izquierda y los rascacielos a la derecha, el paso elevado al fondo y la escalinata debajo. Cada piso del Chihuahua tenía un balcón de una longitud de diez metros y una anchura de cinco, con una balaustrada de casi un metro y un vano de cerca de tres. Las medidas resultan indispensables para comprender cómo nos dispararon desde el helicóptero. Se llegaba a los balcones por las escaleras de la derecha y por las de la izquierda, o bien por los ascensores cuyas puertas se abrían sobre la pared larga; las puertas de los apartamentos se abrían, en cambio, en las paredes estrechas, ¿me explico? Eran balcones muy cómodos, amplios, con cabida para cincuenta personas y para arengar a la multitud resultaban perfectos.

Los jefes de los estudiantes elegían siempre el del tercer piso. Con permiso de los inquilinos colocaban en la baranda los micrófonos y las banderas, y allí decían los discursos. Yo lo había visto ya en el mitin de cuatro días antes, celebrado para conmemorar a los muertos de julio y de finales de septiembre, un mitin que me puso un nudo en la garganta. Llovía, era oscuro, y los muchachos estaban inmóviles bajo la lluvia, en la oscuridad; luego dejó de llover y alguien encendió una cerilla, y otra y otra aún, y un encendedor, y otro, y otro más, hasta que la plaza se convirtió en un titilar de llamitas, llamitas y llamitas, desde la escalinata hasta el paso elevado, y luego alguien tuvo la idea de enrollar un periódico y hacer una antorcha, y entonces todos se pusieron a enrollar periódicos y hacer antorchas, y el mitin transcurrió en un cortejo de antorchas, en una larga fila de luces que se alejaban en un coro:

-¡Goya, Goya, cachu cachu rara! ¡Cachu rara, Goya, Go- ya, universidad!

Y en otro coro:

-¡Gueu, gucu, gloria a la cachi cachi porra! ¡Gueu pin porra! ¡Politécnico, Politécnico, gloria!

Yo les pregunté qué quería decir, y ellos me dijeron: "No quiere decir nada, son nuestras canciones, son canciones de niños." Porque en el fondo aquellos estudiantes, aquellos terribles estudiantes que ponían en peligro las Olimpíadas y el prestigio del gobierno mexicano, eran niños. A mí, en efecto, me habían gustado porque eran niños con el entusiasmo de los niños y la pureza de los niños y la superficialidad de los niños, e hice amistad con ellos. Mi primer amigo fue Moisés, que era un ferroviario inscrito en el Politécnico, pequeño, tímido y feo, con una camisa deshilachado y una chaqueta llena de remiendos. Le encantaba el detalle de que hubiese estado en el Vietnam y me decía:

-Miss Oriana, vietcong very brave, eh? Very brave.

Mi segundo amigo fue Angel, que era un estudiante de matemáticas y físicas, simpatizante de los Beatles y de Mao Tsé Tung, con un rostro triste de Sayonarola. Y luego Maribilla, que era una muchacha de dieciocho años, muy graciosa, si no hubiera sido por el labio leporino que le chupaba la cara, con dos ojuelos dulces y alegres y un gran deseo de vivir. Luego Sócrates, que era un jovenzuelo con bigotes y rasgos de Emiliano Zapata, con el ardor del revolucionario dispuesto a cualquier sacrificio. Y por último Guevara, que era licenciado en filosofía, silencioso y duro. Y me acordé de cada uno de ellos cuando aquel miércoles por la mañana estuve entrevistando al general Queto, jefe de la policía, y éste me había dicho que nosotros los periodistas exagerábamos siempre.

-No pasa nada, querida, nada, todo son mentiras, nadie dispara sobre los estudiantes; que también ellos celebren su mitin, ya les he dado permiso.

Compréndelo, les había dado permiso y repetía que no pasaba nada, que no sucedía nada, y ya había dado sus órdenes: disparar.

El mitin se fijó para las cinco de la tarde. Llegué a las cinco menos cuarto y ya la plaza estaba medio llena, digamos unas cuatro mil personas, pero ni la sombra de un policía, de un granadero. Subí al balcón y allí encontré a Sócrates y a Guevara, a Maribilla y a Moisés y a otros cinco o seis muchachos a quienes no conocía. Uno estudiante del Conservatorio que hablaba italiano, otro con cabellos muy rizados y negros, otro con un suéter muy blanco que, recuerdo, hizo que me fijara en él porque era tan blanco. Les pregunté cómo se presentaban las cosas y me respondieron que bien: con el consentimiento de la policía podían marchar hacia el Casco Santo Tomás, donde había una escuela ocupada por los granaderos. Y en aquel preciso momento llegó Angel, jadeante, pálido.

-No podía pasar. El ejército esté en torno en dos o tres Kilómetros. En tanques y camiones. He visto ametralladoras pesadas, hazoocas. Marchar hacia el Casco Santo Tomás será un suicidio -dijo.

-¿Se dirigen hacia la plaza? -preguntó Guevara.

-Me parece que sí.

-Entonces hay que impedir que se llene la plaza -intervino Maribilla.

-¿Qué quieres impedir ya? -pregunt Guevara.

Y señaló con el índice a la multitud creciente.

Habría ya ocho mil o nueve mil personas. La mayoría estudiantes, pero también muchos niños, porque los niños se divierten mezclándose con las manifestaciones, y muchas mujeres de la Asociación de Madres de Estudiantes Caídos, y un grupo de ferroviarios y un grupo de electricistas unidos en señal de solidaridad, con carteles: "Los ferrocarrileros apoyamos el movimiento estudantil.´" "Las aulas no son cuarteles." "Gobierno de crímenes y dictadura." Se habían colocado casi a los bordes de la escalinata, dignos, compuestos, y Moisés los miraba con angustia porque él les había pedido que fueran.

-¡Amigos, miss Oriana, amigos!

-Hay que hacer algo, muchachos, avisarlos.

-¿Quién habla a la multitud?

-Sócrates. Habla, Sócrates.

-Bueno --dijo Sócrates.

Se asomó al balcón y tomó el micrófono. Comenzaba a oscurecer.

-Diles que estén tranquilos, Sócrates.

-Bien.

-Pero anuncia la huelga del hambre.

-De acuerdo.

A Sócrates le temblaba la boca, lo recuerdo muy bien, y con la boca le temblaban los bigotes.

-Compañeros... El ejército nos ha rodeado, Millares de soldados armados. Estad tranquilos. Demostradles que la nuestra quiere, ser una manifestación pacífica, Estad tranquilos. Compañeros.. No vemos al Casco Santo Tomás. Cuando este mitin haya terminado, dispersaos tranquilamente y volved a vuestras casas...

-¡La huelga del hambre, Sócrates!

-Hoy queremos anunciaros solamente que hemos decidido hacer una huelga del hambre en señal de protesta contra las Olimpíadas. Esta huelga comenzará el lunes, ante la piscina olímpica y...

En aquel momento apareció el helicóptero. Era un helicóptero verde, del ejército, idéntico a los que yo tomaba en el Vietnam. Tenía abiertas las portezuelas y las ametralladoras apuntando, idénticas a las del Vietnam. Descendía en círculos concéntricos, cada vez más bajos, cada vez más familiares, como en Vietnam. No me gusta, pensé , no me gusta. Y mientras pensaba esto lanzó dos bengalas. Y eran las mismas bengalas que yo había visto durante meses en Vietnam, las macabras estrellas fugaces que descienden lentamente dejando una negra estela de humo. Y una estrella descendió hacia nosotros y la otra hacia la iglesia.

-¡Cuidado! -exclamé-. ¡Es una señal!

Pero los muchachos se encogieron de hombros.

-No. ¡Qué va a ser una señal!

-Se lanzan las bengalas para localizar un punto sobre el cual hacer fuego -insistí..

-Tú ves las cosas como en Vietnam. -Habla, Sócrates, habla.

-¡Compañeros! Nos reuniremos delante de la piscina olímpica y...

Pero tampoco esta vez acabó la frase. Porque su voz fue ahogada por el rumor de los tanques y de los camiones que avanzaban por el paso elevado, por la calle de la derecha, por la calle de la izquierda, por dondequiera que hubiese una calle, y de los caminos saltaban los soldados gritando, apuntando con los fusiles; en los coches blindados las ametralladoras se colocaban en posición de disparo, y había que ser ciegos para no comprender que aguardaban una orden, una orden y nada más, y así , en efecto, lo comprendieron todos, y todos intentaron escapar, pero no había un lugar por donde la huida fuera posible. la plaza se había convertido en una trampa, una jaula cerrada. Palideciendo, Sócrates apretó con fuerza el micrófono.

-¡Cotnpañeros, no huyáis, compañeros! Es una provocación, compañeros, calma. ¡Calma! ¡Calma!

Y partió el primer disparo. Y fue la orden, porque los disparos partieron al mismo tiempo, desde el paso elevado y desde la iglesia, desde los rascacielos, de debajo de la escalinata: un espeso círculo de fuego, incesante, organizado, una emboscada. Y los cuerpos empezaron a caer, paf, paf, paf, y el primero que vi caer fue un obrero: corría llevando en alto la pancarta en la que había escrito: "Gobierno de crímenes y dictaduras" y no soltaba el cartel, pero luego lo soltó, y dio un gran salto hacia delante, casi una cabriola, esa misma cabriola que hacen las liebres cuando se las alcanza, y quedó inmóvil. Y el segundo cuerpo que vi caer fue una mujer vestida de amarillo, pero tampoco cayó de pronto, primero abrió los brazos en cruz y después cayó, cayó de bruces, con los brazos abiertos todavía, rígida, como un árbol aterrado. Pero, ¿sabes?, caían por todas partes, y caían muchos por la escalinata, sobre todo las mujeres que trataban de escapar hacía la escalinata, juntas, empujándose, pero no llegaban nunca al fondo de la escalinata, ¿sabes?, y esto lo dije en el relato que escribí para el periódico, que me parecía ver una escena de aquel filme ruso, ya sabes. El acorazado Potemkin, cuando la multitud escapa por la escalinata y a medida que huye va cayendo alcanzada, de manera que los cuerpos caen rodando por las escaleras, de cabeza abajo, y se quedan con la cabeza colgando y las piernas en alto, y había una vieja con medias negras que estaba exactamente así, y las medias negras se veían hasta las bragas, grotesca: y en mi relato dije esto, pero no dije otras cosas. Ya sabes que estaba en el hospital y las heridas me dolían mucho. Acababan de operarme y mi cabeza estaba confusa, y no hablé, por ejemplo, de aquel niño. Tendría doce años y corría tapándose la cara cuando una ráfaga le acertó en la cabeza, y le saltó la tapa de los sesos haciendo brotar una fuente de sangre. Ni tampoco del otro niño que estaba agazapado en el suelo y cuando vio esto se levantó y se lanzó sobre el primer niño gritando:

- ¡Huberto! ¿Qué te han hecho, Hubertooo! Y le dispararon en la espalda y lo segaron en dos.

Petrificada en el balcón, miraba todo aquello sin ocultarme. En el Vietnam haría ya rato que hubiese buscado refugio, pero allí no pensaba siquiera en bajar la cabeza. Me lo impedía algo que en Vietnam no experimenté jamás: el aturdimiento, la incredulidad. Y sólo al oír aquellos gritos reaccioné. Venían de abajo de la escalera:

-¡Hijo de la gran chingada! ¡Hijo de puta! ¿Dónde vas, hijo de la gran chingada? ¡Arriba, arriba! ¿Dónde vas? Sube, sube.

Y me volví. Y al hacerlo me di cuenta de que en torno mío ya no estaban mis amigos, ya no estaba Sócrates, ni Angel, ni Moisés, ni Guevara, ni Maribilla, ninguno. Y pensé: "¡Qué extraño!, se han ido a hurtadillas y no me han dicho nada, se han puesto a salvo y me han dejado aquí. Quizá debería irme yo también, pero ¿adónde? Con el ascensor no tendré tiempo, por las escaleras es peor; si me ven correr me dispararán, tal vez sea mejor que no me mueva." Pensaba en esto cuando una veintena de hombres irrumpió, apuntando con los revólveres, empujando a Moisés y al tipo del Conservatorio y al muchacho con el suéter blanco y al de los rizos negros y dos periodistas alemanes y un fotógrafo mexicano de la Associated Press. Y un hecho me sorprendió: que aquellos hombres de los revólveres llevaran todos la camisa blanca y la mano izquierda enfundada en un guante blanco o envuelta en un pañuelo blanco. Luego supe que era la señal de reconocimiento del Batallón Olimpia, el más duro de la policía, y que aquel día el Batallón Olimpia se había vestido de paisano para poder matar mejor y que a la primera a quien ellos habían matado habáa sido a Maribilla, mientras escapaba. Le dieron tres tiros. Y ella cayó exclamando:

-¿Por qué? ¿Por qué?

Y ellos le dispararon de nuevo, esta vez en el corazón y ella no volvió a hablar.

-¡Comunista! ¡Agitadora! El grito me dio en plena cara, pero no comprendí en seguida que se dirigía a mí. Lo comprendí cuando vi el revólver apuntándome, y la mano del guante blanco me agarró por los cabellos y me lanzó con fuerza contra la pared, donde me di un golpe en la cabeza que durante unos instantes me aturdió. También contra la pared estaba Moisés, y el tipo del Conservatorio, y el joven del suéter blanco, y el de los rizos negros, y los demás. De la plaza llegaba hasta nosotros el rumor de las descargas sordas pero nutridas, cada vez más nutridas, y del cielo el ruido del helicóptero que volvía a descender y de todas partes llegaban gritos, imprecaciones y lamentos. Una bala entró por el balcón y fue a incrustarse en la puerta del ascensor, pocos centímetros por encima de la cabeza de Moisés.

-¡Miss Oriana! -tembló la voz de Moisés.

Llegó una segunda bala y una tercera. ¿Las disparaban los soldados abajo o los policías.que estaban detrás de nosotros? Les volvíamos la espalda y no podíamos ver.

-¿Quién dispara, Moisés?

-Los policías, miss Oriana.

-¡Detenidos, silencio!

-Si al menos nos dejaran tumbar en el suelo, Moisés...

Un gran estruendo hizo temblar el Chihuahua. ¿Una granada, un bazooca?

-¡A tierra, detenidos!

Nos dejamos caer y nos quedarnos con la cara pegada al suelo.

-¡Arriba las manos, arriba las manos! Levantamos los brazos desde los codos. Tendidos bajo el pequeño muro de la balaustrada, en el único punto protegido, los hombres de guante blanco nos apuntaban con los revólveres, con el dedo en el gatillo. Tenían uno cada uno y el cañón del revólver que me apuntaba distaba menos de un metro de mi sien, y entre todas las cosas que había visto ésta fue la más paradójica, la más absurda, la más bestial. Y en comparación con ella, la guerra se convertía en un noble juego, repito, entro de un bunker, te escondes y mientras haces esto no hay un policía que te lo impida apuntándote a la sien con un revólver. En el fondo, en guerra, cabe la salvación, y allí la salvación no cabía. El muro contra el cual nos había colocado era precisamente un paredón; si te movías te mataban los policías, si no te movías te mataban los soldados, y durante muchas noches tendría aquella pesadilla, la pesadilla de un escorpión rodeado por el fuego, y el escorpión ni siquiera podía arrojarse sobre el fuego porque si no le traspasaban.

-Miss Oriana, discúlpenos, miss Oriana...

La voz de Moisés me llegaba en un susurro imperceptible, de debajo de un chaquetón de piel que le cubría la cabeza.

-¿Qué debo disculpar, Moisés?

-Usted no debería estar aquí entre nosotros, miss Oriana. Debería estar en otra parte, como aquellos dos periodistas. Los dos alemanes, en efecto, estaban con los policías bajo el murete. Y también el fotógrafo de la Associated Press estaba con los policías. Los hombres del guante blanco los habían encontrado por las escaleras y llevado arriba, pero no los habían detenido porque no podían confundirse con tres estudiantes. Por lo que parece, yo sí, y esto era lo que había sucedido: me confundieron con Maribilla. Lo sabría más tarde.

-Paciencia, Moisés.

-Tendría que decirles que es periodista, miss Oriana. Tal vez la pusieran bajo el murete.

-Ya es demasiado tarde, Moisés. No me creerían.

-¡Detenidos, silencio!

Y entonces estalló el infierno. Estalló de nuevo Dak To y Hué y Danang y Saigón y todos los lugares donde el hombre demostró ser sólo una bestia y no un hombre, perteneciera a la raza o civilización o la llamada civilización a que perteneciese, a cualquier clase social, porque, escúcheme bien, es la misma historia de los obreros que fabrican la M16, la balita, laboriosos, atentos, cuidando de apartar las balas que no estén en buenas condiciones, ¿dejamos de una vez de absolver a los hijos del pueblo y se acabó? Los que en la noche del 2 de octubre de 1968 mataron cruelmente a los hijos del pueblo, ¿no eran acaso hijos del pueblo? Dicen que cumplían órdenes. Como los obreros de la bala. También Eichrnan cumplía órdenes. Con el mismo escrúpulo y la misma ferocidad. Y ni él ni aquellos hijos del pueblo olvidaron nunca mirar derecho, disparar al aire, por ejemplo. Una primera granada cayó de lleno en el piso de encima de nosotros. La segunda en el de abajo, y una ráfaga de ametralladora pesada segó muchas vidas, y también en aquel momento el helicóptero había comenzado a disparar con la ametralladora. Las balas se incrustaban todas en el muro del ascensor, pero cada vez más cerca del suelo, y tardé algunos segundos en comprender que el objetivo éramos precisamente los del tercer piso, que dirigían los tiros por la abertura del balcón porque se destinaban a nosotros, pues nos creían los jefes de los estudiantes. También lo comprendieron los policías. Y a pesar de que se encontraban en una posición extraordinariamente privilegiada porque los tiros iban en diagonal al muro bajo el cual se hallaban escondidos, les asaltó un terror histérico y comenzaron a gritar y gritar...

- ¡No tiren! ¡No tiren!

-¡Batallón 0limpia! ¡Aquí Batallón 0limpia!

-¿La cabeza, la cabeza!

-¡Abajo, abajo!

-¡Socorrooo! ¡Batallón Olimpiaaa!

Gritaban incesantemente, apuntando con los revólveres hacia el cielo y no hacia nosotros, pero las balas caían lo mismo, incansables, nutridas; una ráfaga pasó entre el policía y yo, lanzándome a los ojos un rastro de florecillas de acero, y de pronto oí:

-¡Ooooh!

Como un estertor. Volví la mirada y vi al muchacho del suéter blanco que ya no era blanco, sino todo rojo por delante, y el muchacho hizo ademán de levantarse, pero lanzó una bocanada de sangre y cayó de cara en la sangre. Luego le tocó al de los rizos negros. La bala le dio directamente en el corazón, porque se había movido apoyándose sobre el codo derecho y dijo:

-Me...

Luego se desplomó. Luego le tocó a una mujer tendida allí en el fondo. Creo que era una mujer del apartamento 306, que había salido de su casa a ver lo que sucedía y los policías no le permitieron entrar, La hirieron en los pulmones. Después le tocó a Moisés en el cuello y en las manos, pero sólo lo hirieron. Y luego a mí, que esperaba en el fondo del pozo de mi verdad, ese pozo siempre rozado y nunca tocado con ambas manos, siempre entrevisto y siempre perdido. La espera duró casi media hora.

Larga espera en la incertidumbre de que no lo contaría, de que estaba viviendo los últimos instantes de mi vida. Después me preguntaron qué sentía y si podía decirlo. Sí, puedo decirlo. Experimentaba una gran resignación. Pero no una resignación inmóvil. una resignación hecha de pensamientos de los cuales nacían otras pensamientos, como en un juego de espejos, hasta el infinito, de manera que a fuerza de mirar en los espejos encuentras lo que habías perdido. El amor por los hombres. Sé que es absurdo encontrarlo precisamente en el momento en que los hombres no son ya hombres y aceptas la idea de terminar. Pero esto es lo que sucedió, y te lo repetiré cuanto quieras, sucedió realmente así y lo recuerdo muy bien, y encontré ese amor olvidado y rechazado, lo encontré precisamente en el fondo del pozo, mientras pensaba, por tanto, que matamos así no es justo y es ilógico; morir de vejez es justo, morir de enfermedad es lógico, morir así no, pero ¿qué podía hacer? Nada. Sólo quería que mi madre no sufriera demasiaclo; con su enfermedad del corazón moriría a su vez; esperemos que se lo hagan saber bien, no de manera brutal; confiemos en que diga que era el destino, se salvó de la guerra y tenía que caer en aquel balcón. La guerra. Me diste la definición de la guerra, Franicois, un juego para divertir a los generales, y también su fórmula, plantar trocitos de hierro en la carne del hombre, pero ésta no es guerra y también te plantan trocitos de hierro. Ahí estaba otra vez el helicóptero, zumbando al bajar. Los vietcong debieron de sentirse así aquel día en Dak To, cuando descendimos sobre ellos y perdíamos los limones, y aquel otro día con el A37: los hombres están locos. Si te tomas una sopa con el tenedor dicen que estás loco y te llevan al manicomio, pero si matas a millares de personas no dicen nada y no te llevan a ningún manicomio. Habría que hacer algo, impedirlo, quién sabe cuántas personas habrán muerto ya allí abajo, pero entonces tienen razón los vietcong: es necesario batirse, incluso a costa de cometer errores, de sacrificar a inocentes como Ignacio Ezcurra, y Birch y Piggott y Laramy y Cantwell y los demás, es el precio del sueño; eso ha disparado otra vez, pero no nos ha acertado, ¿a quién ha matado en nuestro lugar? Pobres criaturas, pero ¿Cómo no podía amar a los hombres, a estos hombres siempre maltratados, siempre insultados, siempre crucificados? Pero ¿cómo podía decir que es todo infatil y para qué sirve nacer y para qué sirve morir? Sirve para ser hombres en lugar de árboles y peces, sirve para buscar al justo porque el justo existe, y si no existe es menester hacer que exista, y entonces lo importante no es morir es morir en el lado justo, y yo muero en el lado justo, Dios mío, junto a Moisés, que siempre ha sido pobre y maltratado e insultado y crucificado, no junto a un policía con los guantes blancos; un vietcong debe pensar así cuando el helicóptero vuelve y él se agacha, míralo, vuelve, y se agacha, ¿y si rogase a Dios? Como Dios, Dios lo hemos inventado, Dios no existe; si existiera y se ocupara de nosotros no permitiría tales matanzas, no dejaría que matasen al chico del suéter blanco, al muchacho de los rizos negros, a la mujer del apartamento 306, al niño que llamaba a Huberto ni a Huberto; por eso no hay que dirigirse a Dios sino a los hombres, y hay que defenderlos, y hay que combatir por ellos porque ellos no han sido inventados y tú, Francois, tenías razón, es como tú decías, Franicois: para ser un hombre a veces es menester morir.

Luego, de pronto, tuve la clara impresión de que el lugar en el cual me encontraba era un lugar peligroso, a causa de la cabeza. Y arrastrándome como un gusano, haciendo fuerza con los músculos de los costados, me moví hacia delante. Y el policía me vio y chilló:

-¡Detenidos, no se muevan!

Y de nuevo me apuntó con su revólver a la sien, pero no me importó, ahora ya sabía que debía tener menos miedo de su revólver que del helicóptero que volaba bajo con su ametralladora, mirando dentro del balcón, y cerré los ojos para no ver, me tapé los oídos para no oír, pero vi y oí aquella ráfaga larga, larga, y de pronto sentí un gran dolor, sentí tres cuchillos de fuego que entraban en mí, cortando, quemando, un cuchillo en la espalda y dos en la pierna. Busqué el cuchillo en la espalda y no lo encontré: había sólo una gran hinchazón. Lo busqué en la pierna y tampoco lo encontré: había sólo mucha sangre. Y entonces recordé que en la guerra se dice:

"Una buena herida es una suerte porque es difícil ser herido dos veces." Y se apoderó de mí un loco alivio: "Ahora -pensé - ya no me matan." Pero luego recordé que en la guerra también se dice- "Puedes morir de una herida, basta que te desangres." Ycomencé a decir:

-Estoy herida, ayúdenme, por favor, pierdo sangre.

Pero el policía del revólver repitió:

-¡Detenidos, silencio!

Y apuntó mejor con el revólver y me callé. Y estuve allí con mis tres cuchillos, con el dolor que aumentaba y cedía a oleadas, junto con un gran sueño, hasta parecerme a veces que me dormía en una cama donde me despertaba un repentino tiroteo, pero luego volvía a dormirme y en el sueño oía la voz de Moisés que gemía:

-¡Miss Oriana, oh, miss Oriana!

Y otra voz que decía:

-¡Por favor! Esta mujer está grave, se muere.

¿Quién era la mujer que se moría? ¿Por qué se moría? ¿Por qué se moría? ¿Y por qué Moisés lloraba, por quién? ¿Por sí mismo o por mí? Sí me sacaran de allí, sostendría a Moisés y lo sacaría afuera conmigo. Tenía que salvar a Moisés...

Más tarde me dijeron que había estado allí más de hora y media perdiendo sangre. No lo sé. Recuerdo sólo al fotógrafo de la Associated Press que obtenía fotografías a escondidas, tendido en el suelo entre los dos policías, y recuerdo una mano que me sostenía los cabellos y me sacaba a rastras mientras yo trataba de agarrar a Moisés, pero Moisés no comprendía y entonces agarré al tipo del Conservatorio, y lo saqué afuera en lugar de Moisés. Y luego recuerdo las escaleras donde estaban muchos soldados y a un soldado que me quitó el reloj de la muñeca, me lo robó riéndose. Y luego una habitación llena de policías con guantes blancos, y una camilla extendida en el suelo, y un chorro de agua sucia que caía desde el techo y sobre mi estómago junto con excremento y hedor de orines, porque era agua que salía de las tuberías rotas de los retretes, y alguien gritó a los soldados:

-¡Sácala de ahí, por Dios!

Pero los soldados se rieron y me dejaron allí porque justamente allí me habían metido adrede para divertirse. Y a mi lado había un anciano muerto; bajo la axila izquierda apretaba algo que parecía un paquetito de dulces. Y había muertos por todas partes, en las.posiciones más absurdas, y a lo largo de la pared estaban los estudiantes detenidos, y uno se quitó el jersey y me lo lanzó sobre la cara mojada diciéndome:

-iPóntelo en la cara! ¡Protégete la cara!

Y otro estudiante gritó:

-¡Animo, Oriana!

Y a todo esto seguían las ráfagas, y las explosiones eran cada vez más violentas, porque hasta medianoche siguían la matanza de Herodes, Duró más de cinco horas, ¿comprendes?

Cuando me metieron en la ambulancia eran cerca de las nueve de la noche: comenzaban entonces a bombardear con bazoocas el Chihuahua, Y tres granadas cayeron también en el balcón del tercer piso, y murió incluso un policía. En cambio, en la plaza mataron a, muchos, pero muchos a bayonetazos: a un niño lo degollaron y a una mujer encinta le abrieron el vientre. Dicho así parece increible, pero si miras las fotografías deja de serlo, y si hubieras estado como yo en el hospital te habrías convencido. Eramos muchos. Y estaban destrozados. A una muchacha le quedaba sólo media cara y de esta mitad le colgaban los labios; un médico le aplicaba paquetes de gasas que inmediatamente se empapaban de sangre y decía:

-¿Qué hago? ¿La dejo morir? Yo dejo que muera.

Algunos médicos tenían lágrimas en los ojos. Uno pasó junto a mí y me susurró

-Escriba todo lo que ha visto, escríbalo.

Luego llegó un funcionario del gobierno y quiso saber si yo era católica. Y como le repuse "¡Mierda!", me apuntó con un dedo acusador y aulló:

-¡No es católica! ¡No es católica! Pero ya he contado estas cosas, más o menos. Lo que no he contado es que al tipo del Conservatorio lo puse a salve hasta el hospital y él, para agradecérmelo, me denunció como "comunista y agitadora", de modo que los periódicos dijeron que yo habída sido desenmascarada: estaba en el balcón del tercer piso pares incitar a los estudiantes, etcétera. Porque así están hechos los hombres. Y los italianos de ciudad de México, casi todos fascistas huidos con su fascismo, dijeron lo mismo y añadieron que no me habían herido, que en mi vestidc no había agujeros. Porque así están hechos los ho mbres. Y junto con las flores, los telegramas deseándome buena suerte y las cartas interesándose, llegaron también otras cartas augurándome que quedaría inmovilizada en una silla de ruedas.

Porque así están hechos los hombres. Y las Olimpíadas, naturalmente, se celebraron y ni siquiera se retiró una delegación, y la delegación soviética fue la primera en rendir homenaje al gobierno. Porque así están hechos los hombres. Y Sócrates, que había sido detenido junto con Guevara y dos mil más, habló. Y denunció a sus compañeros y a sus amigos. Porque así están hechos los hombres. Y si al llegar a este punto me preguntas cómo es posible que desee amarlos, yo te diré entonces que porque los otros no hablaron. Y se dejaron torturar durante días: descargas eléctricas en los oídos y en los genitales, como en el Vietnam, fusilamientos fingidos; quizá se dejaron matar, pero no traicionaron. Porque así están hechos los hombres. Y aquellos dispersos se reorganizaron y siguieron hablando de libertad, a pesar de que la policía los buscara y de vez en cuando aprehendiese a alguno y lo matase, como ocurrió con aquel Rafael, de tercer año de filosofía, que encontraron en una acera cosido a bayonetazos, cubierto de colillas que apagaban sobre su pie porque se negaba a denunciar a sus camaradas. Porque así están hechos los hombres. Y aun cuando esté enfurecida contra los hombres, aunque a veces los desprecie, aun cuando no olvide jamás que aquella noche las bestias con uniformes eran hombres, pienso en lo que me dijo Nguyen Van Sam: "Son inocentes porque son hombres." Y entonces para mí los hombres eran Moisés.

Salvado por milagro de la matanza final en la terraza, Moisés había sido detenido y conducido a una prisión militar, donde le robaron el dinero, la documentación y los zapatos, y lo tuvieron encarcelado nueve días. Al noveno día, sin dinero, sin documentación y sin zapatos, lo echaron a la calle y durante tres horas caminó hacia la ciudad. Le sangraban los pies, tenía fiebre y la herida del cuello le supuraba y no podía mover la cabeza. Lloraba, y llorando pretendía parar a los automóviles para que lo llevaran, pero los coches no se detenían y el que conducía le decía que no. En esas condiciones fue a buscarme y me encontró. Yo estaba en el lecho, aturdida por el dolor y las medicinas, y soñaba que alguien me acariciaba una mano, dulcemente, así, y abrí los ojos y alguien me acariciaba de verdad la mano: Moisés. Con la ropa hecha jirones, tume facto, sucio. Con su cara de pobre nacido para sufrir, para ser siempre dejado de lado o golpeado o explotado, Moisés me acariciaba la mano y estaba contento por mí.

-¡Miss Orianal You alive! ¡Tú viva!

¡Cómo lo abrace! Apestaba mucho, recuerdo que al abrazarlo me ahogaba. Pero lo abrazaba como si hubiese abrazado a la humanidad recobrada...

 

Este relato debe ser totalmente para cualquier lector, pero hechos así suceden a diario, tal vez no de la misma magnitud, pero si con la misma violencia. Quise ponerlo no solo para recordar a esos muertos anónimos que el mundo nunca conoció, y por lo mismo no tiene porque recordar. Solo espero que este relato sirva para que se reflexione un poco acerca de la naturaleza humana.


 

De la Autora

 

Oriana Fallaci nació en Florencia. Desde muy joven sintió una atracción muy especial por el periodismo, de manera que, a pesar de las dificultades que por razón de su sexo tuvo que superar a base de constancia y decisión, consiguió un primer empleo dentro de la profesión como reportero de sucesos en las páginas de "Giornale del Mattino". Cuando todavía no tenía veinte años escribió el primero de sus ahora mundialmente famosos reportajes para la revista "L'Europeo".

A partir de entonces las más importantes revistas del mundo se han disputado las colaboraciones de esta muchacha atractiva y un poco escéptica; escepticismo que nace probablemente de su contacto temprano con realidades crudas que, para contarlas luego a sus lectores ha tenido que rumiar y asumir por completo en su intimidad.

Quizá no hay mejor testigo de la calidad de su pluma y de la agudeza de sus reportajes que la lista de esa veintena de revistas de todo el mundo, que pagan sumas fabulosas por sus crónicas y reportajes: Además del "L'Europeo", "Look Magazine", "Washington Post", "Le Figaro Littéraire, Le Nouvel Observateur, Der Stern, etc. De sus viajes y experiencias, así como de la numerosa colección de escritos han surgido varios libros que, como sus colaboraciones periódicas, han alcanzado el éxito en todas las lenguas del mundo occidental. Algunos de los que más eco tuvieron han sido los siguientes: Los siete pecados de Hollywood; El sexo infatil, Penélope en la guerra, Los antipáticos, Si el sol muere, etc. En la actualidad es una periodista independiente que lo mismo envía una crónica desde Vietnam que publica una ex- plosiva entrevista con Jane Fonda desde Par\'ed s, o visita Nueva York en compa\'f1\'eda de una ni\'f1a a la que luego har\'e1 hablar en un estremecedor reportaje sobre "Nueva York visto por una niña". En cualquier caso, Oriana Fallaci es una de las testigos más despiertos y agudos de nuestro tiempo.

Reseña escrita en 1969. Espero pronto poder actualizarla.

 

 

Algunas fotografías de Oriana Fallaci

 

 

 

Main Indice